La concepción ficcional de la Magia

Si hicieramos estas preguntas a grupos diferentes de gente:

¿Por qué vuela Superman?

Las respuestas serán: Por que tiene poderes, porque es de Krypton…

¿Por qué vuela Copperfield?

Las respuestas serán: Por que usa hilos, por magnetismo,…

En el primer caso la respuesta sí es al porqué, en la segunda realmente se responde al cómo.

La magia realista busca desmontar todas las posibles respuestas al cómo, pero aún así se focaliza en el cómo, en la parte racional/real.

La magia ficcional se basa en plantear un porqué que descarte el pensamiento racional del cómo.

Dicho esto - que es realmente la conclusión a la que llegue al escribir este texto -, !vamos al lio!


En los textos de “Cajón de sastre”, donde Gabi Pareras y otros comparten su visión sobre la magia ficcional, hay un momento en el que Gabi le comenta a Javier Piñeiro que tal vez sea más acertado hablar de “concepción ficcional” que de “magia ficcional” y no puedo estar más de acuerdo.

Es muy común que al oír “ficcional” entendamos que se relaciona con una ficción y por tanto que es un tipo de magia donde se cuentan historias de un tipo u otro. Sin embargo, el concepto al que se refiere Gabi tiene mucho más que ver con la “naturaleza” del mago a la hora de hacer magia y la experiencia que propone al público.

En ese sentido, ya en La Vía Mágica, Juan Tamariz propone que el mago, al ir a hacer magia, debe asumir un rol. De hecho sigue a Nelms, al que luego sigue Gabi en su “El efecto (para un mundo de ficción mágica)”. Así Tamariz propone que podemos ser un mago con poderes, vivir en una realidad en la que pasan fenómenos a nuestro alrededor, o que todos tenemos poderes.

Esos roles tienen que ver con nuestro personaje, pero por detrás, más profundo, debemos elegir un paradigma, un marco para hacer nuestra magia. Uno de ellos es asumir que el espectador sabe que hay truco - todos lo saben - y luchar con él, con su intelecto, al modo de Juan Tamariz y las pistas falsas. Ir desmontando una a una todas las capas de racionalidad del espectador hasta que sólo quede la emoción (cruzando el arcoiris mágico, que diria Tamariz).

La otra opción es crear un mundo compartido donde eso que vemos puede ocurrir.

En la Flor de Coleridge, Gabi nos plantea un mundo en base al poema de este autor:

¿Y si durmieras?

¿Y si en sueños, soñaras?

¿Y si en el sueño fueras al cielo

y allí cogieras una extraña y hermosa flor?

y si, al despertar…

tuvieras esa flor en la mano?

Mientras nos mete en ese mundo elegimos una carta - un número. Y ese número soñado, como la flor de Coleridge, se materializa en nuestra mano.

LA FLOR DE COLERIDGE / COLERIDGE’S FLOWER. Gabi Pareras

En esa realidad que se ha creado, esa realidad que durante un tiempo comparten el mago y el espectador, no existe el truco. No hay necesidad de explicitar que se ha mezclado, el efecto ocurre por otro motivo, porque en esa realidad las flores soñadas se hacen reales. No es una experiencia que desafíe al intelecto sino una experiencia emocional.

Mientras vemos una pelicula de superhéroes no necesitamos que nadie nos diga: “¿ves?, no hay cables, esta en el cielo de verdad”. Eso nos sacaría de la ficción y nos hablaría de un truco (el ‘cómo se hizo’), que, aunque sabemos que existe, no aporta nada a la experiencia estética/emocional que estamos viviendo. Del mismo modo, si antes de ver una película de amor salieran los actores contándonos lo mal que se llevan, la ficción posterior se resentiría. Es cierto que luego podemos discutir sobre cómo se hace tal cosa o tal otra, pero en el momento de la experiencia no es relevante, porque no aporta nada a la experiencia que estamos viviendo sino que resta.

En cierto modo, mientras que la magia realista busca doblegar la realidad del intelecto en una lucha con él, la magia ficcional busca llegar a la emoción directamente, que no haya una batalla previa con el intelecto, sino que nos rindamos directamente a la experiencia artística que es puramente emocional. Si la experiencia de un arte se hace desde la lógica, ya no es una experiencia artística, sino que es un estudio. Si nos fijamos en cómo toca alguien la guitarra, o en las pinceladas de un cuadro no estamos viviendo la experiencia propuesta por el artista.

Si lo pensamos, todas las artes (música, teatro, pintura, cine…) van directamente a esa parte emocional, hablan al hemisferio derecho. El problema de la magia es que, como es un arte que se basa directamente en el choque con la realidad diaria, el espectador tiende a buscar el truco, el origen de esa disonancia. Ante un desafío a la realidad, el hemisferio izquierdo, el racional, salta para entender qué demonios ocurre. Seguramente en el cine era así también antes - me imagino las reacciones a las películas de Mèliés -, pero ahora nos dejamos llevar, estamos acostumbrados ya, sabemos que en el cine debemos dejarnos llevar. Incluso si se plantea un dilema moral racional se hace dentro de la ficción propuesta y eso genera una mayor inmersión en la ficción (que puede perdurar después de la ficción - he tenido mil debates alrededor de los dilemas que platea Battlestar Galáctica, lo que hace que sea una serie mucho más vívida, porque he compartido esos dilemas con los personajes). El mago debe crear ese mundo él mismo. Decía Gabi que, al actuar, el mago tenía un montón de luces detrás donde ponía truco, y que su objetivo era ir apagando esas luces.

Existen mil tipos de magia ficcional, no es algo encorsetado, ni que haya inventado Gabi, pero si lo ha puesto de relevancia y lo ha pensado de forma sistemática. Cuando Fred Kaps se pelea con sus cartas en su genial Homing card, eso es ficcional. Él, como mago (personaje), no entiende qué está pasando, mientras que el prestímano (actor) lo sabe perfectamente. Nos plantea una ficción, un fenómeno que está ocurriendo, y no tiene que ver con un truco, ni siquiera para negarlo como la magia realista; el truco no existe en el mundo propuesto por Kaps.

Fred Kaps - Homing Card (1978)

Otro ejemplo genial, que pone Ricardo Rodriguez en su también genial Magia de Altura, es el de un mago, Manuel Villar, que deja su cigarrillo en su cenicero y sobre el humo coloca en levitación una bola de papel. Acaba de crear una realidad donde el humo sostiene los papeles en el aire. Ahí no aparece el truco por ningún sitio, el truco no tiene cabida en esa realidad. No se explicita, no hace falta ni hablar para crear una ficción mágica.

Estos tres ejemplos, uno alegórico con su historia, otro con una rebelión de los objetos, y otro con una realidad mágica, son claramente diferentes y no necesitan una historia previa.

Decía Gabi que una vez entras en el mundo de la magia ficcional, en el paradigma que propone, el paisaje es el mismo, pero cambia la forma de mirar. Los mismos juegos requieren de los mismos recursos, que parezca que se mezcla, etc. pero aquí no se explicita (“¿has mezclado bien?”) sino que se busca que sea más implícito.

Eso enraiza también con algo que decía mucho Gabi: el intelecto discute, las sensaciones no se discuten. Si explicito las acciones el intelecto puede saltar (“Esta bien mezclado” “Bueno, has mezclado tú, lo mismo me la has colado"). Si es implícito, si se siente la mezcla, esa sensación nuestra mente no la discute. Creamos una realidad basada en sensaciones, que es mucho más sólida que una racionalizada - como dice Morfeo a Neo: ¿cómo distinguir la realidad de señales enviadas a nuestro cerebro? Si lo que sentimos no es real, ¿cómo podemos distinguir realidad y ficción?

Si somos capaces de que el espectador sienta todo lo que queremos que sienta, que el intelecto se eche a dormir - esto es lo difícil - y goce de una experiencia mágica en un mundo creado para los que están en la sala habremos entrado en una ficción mágica. Y para eso hay que evitar llamar la atención del intelecto. Intenta meterte en una película con los comentarios del director en marcha. No sé si se podrá, pero seguro que cuesta bastante.

Ahora queda construir los mecanismos que ayuden a crear esa realidad compartida. Mucho viene de Ascanio, esa mirada resbalante, esa técnica invisible y esa ingravidez que hace que nuestra mente pueda ver las acciones y goce de la estética plástica y la poética sin que salten las alertas del intelecto.

Por otro lado, las concepciones realista y ficcional no son plenamente excluyentes. Ya Ricardo Rodriguez publicó en “Una propuesta de reconciliación” (ver Magia de Altura) que pueden convivir en diferentes planos. En cierto modo uno encapsula a otro: todos conocemos la realidad tangible, todos sabemos que hay truco, pero la fantasía que los rodea a todos crea esa ficción.

No solo eso, sino que el truco puede aparecer en la magia ficcional pero sin entrar en la explicación del fenómeno mágico. En el ejemplo anterior, Fred Kaps se dispone a hacer un juego con varias cartas de puntos rojos, va a hacer un truco. El mago explicita un efecto, sin embargo en la realidad compartida las cartas deciden que no va a poder hacerlo, en particular la dama que se empeña en salir para fastidio del mago (que es el primer sorprendido). Esto muestra que el truco al que se refiere Gabi es al asociado al fenómeno. Igual que puedes ver una pelicula donde salga un rodaje sin romper la ficción.

Gabi habla en su “El efecto (para un mundo de ficción mágica)” de varios efectos diferentes. Uno de ellos es el del cochecito, famoso por Juan Tamariz. Un día hablando con magos de los diferentes modelos de cochecito que existen, comentamos que cuanto más simple mejor. Eso es porque deja menos resquicios al intelecto (uno de los problemas de la llamada magia tecnológica es precisamente que deja demasiados resquicios para que el intelecto se refugie si se detecta que hay tecnología por medio). En ese sentido, cuanto más simples son los elementos, más clara la ejecución y el manejo, tanto menos explícita puede ser la demostración de la ausencia de trampa en los elementos asociados al fenómeno. En la magia ficcional el fenómeno lo es todo, porque es el que nos explica la realidad ficcional en la que vivimos.

Si el coche es de metacrilato transparente se ve, se siente, que no puede tener trampa. Si es de bloques de construcción (como me comentaron que existía) más hincapié debe hacerse a la inocuidad (aunque sea falsa) del elemento porque esta no se siente, y ahí salta el intelecto a preguntar. En esto también reside la importancia de naturalizar los elementos, como dice Ganson en su Magia de cerca, no tanto por darlos a examinar, sino por usarlos o entregarlos mientras buscamos algo, o usarlos antes, como las navajas para abrir un sobre antes de una rutina de cambio de color. Todo esto ayuda a poder construir una ficción minimizando la necesidad de explicitar nada.

En resumen, la concepción ficcional se basa en crear una realidad compartida donde la magia ocurre. El porqué del fenómeno puede ser cualquiera, pero no es el truco. Se busca una experiencia puramente sensorial, donde el intelecto no luche sino que se abandone a descansar como al ver una película en el cine.

Y hasta aquí llego. Es un tema largo, sobre el que se ha escrito mucho y muy bien. Tanto Gabi como Gea, Ricardo Rodriguez, Javier Piñeiro y muchos más. Recomiendo con todas mis fuerzas el visitar la página de “Las cosas de Gabi”, ver sus entrevistas y leer sus textos (algunos en los que colaboran los magos mencionados), y, sobre todo, verle hacer magia.

Podeis volver a leer la conclusión que escribí al principio del todo.

Pregunta para pensar: ¿dónde es más fácil la ficción? ¿Dentro de qué ramas de la magia? ¿Dónde más difícil?

Si algo no ha quedado claro, lo que no sería raro, por favor comentadlo abajo y lo hablamos.

Gracias por leerme.

Bibliografía.

  • “El Efecto, para un «mundo» de ficción mágica”. Gabriel Pareras, Autoeditado.
  • Magia de cerca. Vol 1. Lewis Ganson. Ed. Marré.
  • Magia y presentación. Henning Nemls. Ed CYMYS.
  • La vía mágica. Juan Tamariz. Ed. Frakson.
  • Magia de Altura y más. Ricardo Rodríguez. Ed. El caballo del Malo.
  • Cajón de sastre. Gabi Pareras y más. Autoeditado.
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Willy.
Primero, muchas gracias por el aporte. La cultura mágica me hace mucha falta.
Comentando sobre tu pregunta; pienso que en el ilusionismo, la magia ficcional cabalga a todo galope. Cuando vas a ver a Copperfield a Las Vegas (me queda a 8 horas en coche de casa), nadie entra a verlo, pensando en cómo descubrir los trucos, todos vamos a maravillarnos, a fascinarnos, es decir a sentir, a disfrutar. Por eso creo que la atmósfera de un mundo irreal y mágico ya está lograda casi desde el principio.
Lo opuesto es la magia de cerca o magia de calle, donde abordas a alguien de improviso y no hay mucho tiempo para crear esta niebla de ilusión; además que el espectador, en la calle, tiende a sentirse retado por el mago quien pretende engañarlo (a los ojos del espectador), por lo que es más complicado relajarlo y motivarlo a participar y sentir la ilusión.
Un abrazo y de nuevo gracias.

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Muchas gracias Mario! Estoy de acuerdo. En la magia de escena es mucho más fácil entrar en el modo ficcional, en la supresión de la incredulidad. Eso no quita para que haya habido magos muy realistas como Frakson, que hacia como si el publico le dijera cosas como “En la manga!” y respondía mostrando las mangas.

Pero esta claro que números como el Grand Prix de Lauren Piron son 100% ficcionales. El número de Frisk también es muy ficcional. Ambos de magia perversa, rebelión de los objetos, donde el fenómeno es el animismo de esas cosas.

Lo bueno y malo de la magia de cerca es que es un mayor desafio al intelecto por la cotidianidad de los elementos y las situaciones. Así el impacto es mayor pero la capacidad de llegará la supresión de la incredulidad es también mayor.

Salud!

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